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Doyle Brunson hace un último intento de ganar su 11º brazalete en las WSOP antes de retirarse definitivamente

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Es bastante probable que lo que vayamos a vivir esta próxima madrugada en el casino Rio de Las Vegas acabe formando parte del guión de una pelí­cula sobre poker.

La trama será algo parecido a esto

Una vieja leyenda del poker, obligado a desplazarse por el casino con ayuda de una silla motorizada y unas muletas, decide jugar su último torneo. Se disputa en su ciudad el mayor festival del mundo, y muchos de los que han sido sus rivales durante décadas estarán allí­. Acercarse al casino le obliga a abandonar momentáneamente a su mujer, enferma, que le ha deseado suerte por última vez y le ha despedido como ha hecho en innumerables ocasiones, sin saber cuando volverá a casa de nuevo. O si siquiera volverá.

En los pasillos del casino, todo el mundo le saluda con reverencia. Sus rivales en el torneo, compañeros de muchas partidas, hacen bromas con él, pero le miran de soslayo sabiendo que la intención del viejo profesional es ganar por última vez. Su hijo le acompaña en el torneo, digno heredero de su padre, aunque siempre a su sombra. El dinero que ambos ponen sobre la mesa -mucho más dramático que una visita al cajero, esto es Hollywood-, les compra unas pocas fichas.

Tocado con un sombrero de cowboy que le tapa la cara cuando baja la cabeza, nuestro héroe va all-in. Un rival le paga. El juego es No Limit 2-7 Draw, y cada uno de los jugadores pide cambiar cartas. El croupier le da una Q. No es una gran jugada, pero hay riesgo de empeorar. El vaquero levanta la mirada y estudia los gestos de su rival. El croupier se dirige al anciano y le pregunta cuántas cartas quiere. -Estoy servido-, replica. La gente se empieza a arracimar detrás de su silla, los espectadores separados de la zona de torneos tan solo por una cinta. Al otro lado de la mesa, se escucha: «Una». Sobre la mesa hay cuatro cartas, la más alta es un siete. El croupier manda un naipe en esa dirección. El jugador que la pidió traga saliva, lanza una última mirada furtiva a la leyenda que tiene enfrente y voltea despacio la carta. Es otro siete. La sala estalla en un improvisado aplauso mientras arrastran las fichas hacia el campeón.

Acto seguido, elimina a uno de los otros veteranos de la mesa, que le reconoce la jugada con una sonrisa de resignación y le susurra: «Suerte. Ahora, destroza a estos principiantes». Todo el mundo festeja que el tahúr empiece a acumular puntos y se ponga lí­der del torneo.

De repente, un jugador capaz y competente, pero que nunca ha saboreado un éxito similar al del afamado anciano pues la suerte le da la espalda siempre en el último momento, empieza a acumular puntos y sobrepasa a toda la competencia. Las pilas de fichas casi le tapan la cara. Se le ve radiante, pero también concentrado, capaz de todo por primera vez. Otro viejo conocido, un arrogante y marrullero tiburón, también supera el stack del protagonista. El dí­a llega a su fin. Quedan solo dos mesas, y en el sorteo los dos bandos quedan separados. El otrora campeón tendrá a su hijo sentado a su derecha, y sabe que se verá obligado a eliminarle y utilizar sus últimas fichas como munición para tumbar a sus rivales, que amenazan con destrozar la otra mesa sin apenas oposición.

Al dí­a siguiente,…

Bueno, lo que pase al dí­a siguiente lo dictarán los naipes del Event #23: $10,000 No-Limit 2-7 Lowball Draw Championship, porque lo que hemos recreado en esta supuesta reseña cinematográfica es la postrera aparición de Doyle Brunson en las WSOP. El padrino del poker se retira, a sus 84 años. Deja los tapetes definitivamente, y ha elegido despedirse persiguiendo por última vez un brazalete.

Los guionistas de Hollywood todo lo endulzan, y nosotoros también hemos cometido este pecado. Poca gente ha podido saludar a Doyle por los pasillos del Rio, porque el texano conduce su scooter sobre la moqueta a unas velocidades que auguran una desgracia que, por suerte, nunca ha llegado a ocurrir.

Pero todo lo demás es un reflejo cssi exacto de la realidad. Doyle se apuntó en el registro tardí­o del torneo, al inicio del dí­a 2. Lo anunció en Twitter, la misma plataforma que empleó hace un par de años para difundir la noticia de que abandonaba los torneos de las WSOP, pues le imponí­an unos horarios mucho más rí­gidos que el cash.

Doyle compró fichas y se incorporó a un grupo que finalmente fue de 48 jugadores (95 en total, contando los eliminados en el dí­a 1). Su hijo Todd también está jugando el torneo, como lo hací­an muchos de sus más longevos rivales, como Phil Ivey, Billy Baxter, Phil Hellmuth, John Hennigan, Cary Katz, Eli Elezra…

Recibió el stack inicial, que a esas alturas valí­a lo que valí­a, y la mano que se resolvió con su primera doblada fue tal y como la has leí­do. Luego eliminó a Cary Katz -47 años, en la pelí­cula será un poco más mayor-, y empezó a subir posiciones.

La figura del apocado chipleader estará basada en Mike Wattel, que fue campeón en 1999 y salió derrotado en 20 mesas finales antes de lograr su segundo brazalete el año pasado -dato que se obviará en el film para reforzar su carácter perdedor-. Wattel aprovechó varios botes favorables y se ha despegado visiblemente en una fase del torneo que ya le otorga mucho favoritismo. El rol del truhán encantador y fullero tendrá como inspiración a Shawn Sheikan, uno de los miembros más polémicos del casting de «High Stakes Poker», donde compartió muchas horas de televisión con Doyle.

Hemos dejado fuera del libreto al chipleader del dí­a 1, Galen Hall. También está metido en la pelea por la FT, pero su perfil es prescindible. No pasó apuros, no hizo nada sobresaliente tampoco, y cumplió con el objetivo de asegurar el ITM y no perder comba con la cabeza.

  1. Mike Wattel 1.293.000
  2. Shawn Sheikhan 645.500
  3. Galen Hall 517.000
  4. Brian Rast 477.000
  5. Doyle Brunson 470.500
  6. Farzad Bonyadi 440.500
  7. Dario Sammartino 394.000
  8. Ray Dehkharghani 195.500
  9. Todd Brunson 185.000
  10. John Hennigan 87.000
  11. James Alexander 21.000

¿Qué le podemos pedir al torneo a partir de aquí­? Lo que más venderí­a serí­a una tensa burbuja de mesa final en la que Doyle tuviera que eliminar a Todd; una partida a tres entre Wattel, Sheikan y Brunson en la que Sheikan rompa las esperanzas de Wattel con un slowroll; y que Doyle remonte un HU muy desequilibrado y vuelva a casa con el brazalete. Cuanto más tópico, mejor.

Lo que le podrí­a rechinar un poco al espectador es por qué un jugador capaz de vencer en un torno de esta magnitud se habrí­a de retirar. Habrí­a que encajar en alguna parte las razones que Doyle ha expuesto en Poker Central. En la voz de los comentaristas de la final, por ejemplo, un recurso bastante manido, pero perfecto para la ocasión.

Básicamente, nada ha cambiado desde que Doyle dejó de jugar torneos y decidió restringir su actividad al cash. Necesidades de horario, para poder acompañar a su mujer Louise en el ocaso de sus vidas. Louise es mayor que Doyle, 86 años, y sus achaques, los que hicieron que Doyle renunciara a perseguir su undécimo brazalete, no han mejorado en estos dos últimos años.

Planeo retirarme tras este verano. Mi mujer no goza de muy buena salud, y voy a permanecer a su lado para lo que nos reste de vida, a ella o a mí­.

En este punto, mi mente todaví­a está al 80 o al 90 por ciento de lo que llegó a ser. Aún me divierte el poker, y sigo ganando, y ese es mi barómetro. Aún me siento en forma. Como si tuviera 30 años, a excepción de mi cuerpo. Mi cuerpo secada vez responde peor, algo que supongo que es normal. Serí­a bonito ganaro otro brazalete. No me quedan muchas oportunidades, de ehcho, este podrí­a ser mi último torneo de todos.

Con los jugadores de poker nunca se sabe. Hemos asistido a más retiradas frustradas que reales (Holz, Hastings, Mike MacDonald…), pero todo apunta a que Doyle está preparado para la jubilación tras 62 años de carrera. Y el final puede ser épico.