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Aterrizando. Las Vegas I

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26 horas. Ese fue el tiempo transcurrido desde que salí­ por la puerta de mi casa hasta que entré por la puerta del Flamingo Hotel en Las Vegas.

Por el medio, un retraso en la salida de Madrid de dos horas que me impidió coger la primera conexión en Nueva York hacia Las Vegas. Además, cuando por fin me reubicaron en el siguiente vuelo, un nuevo retraso de otras dos horas comenzaba a darle al viaje tintes de epopeya. Además, en este último habí­a overbooking y yo no tení­a plaza asignada al venir rebotado de otro vuelo. A la chica del embarque tuve que rogarle por que si alguien se quedaba en tierra no fuera yo. Hubo suerte. Cinco horas y media después, el Boeing de Continental Airlines aterrizaba en esa gran farola en medio del desierto conocida como La Ciudad del Pecado.

La primera impresión es una media sonrisa al descubrir que, al salir del avión, en la propia sala de espera de embarque el jugador ocasional o el ludópata compulsivo tiene la primera o la última oportunidad para empezar a quemar monedas o deshacerse de la calderilla a ritmo de ese pavloviano soniquete infernal. Efectivamente, el propio aeropuerto está plagado de máquinas tragaperras -o slots machines para los guiris- y hasta esperando para recoger el equipaje en las cintas transportadoras puede uno dedicar unos minutos a ver rodar cerezas y manzanas.

Traslado al hotel donde aparezco a las 00:30 hora local y más despierto que el manager de Marí­a Isabel. Periquillo, Pacocho y Tizona estarán a esas horas deambulando por Las Vegas y, tras la ducha de rigor, toca la primera incursión callejera en la jungla de Neón.

El Flamingo -hotel donde nos alojamos- está excepcionalmente emplazado en pleno Strip (la calle de los casinos) en el corazón de la ciudad. Enfrente el mí­tico Caesars Palace, escenario de las mejores veladas de boxeo. Un poco más allá el Bellagio, el sancta-santorum de las poker room. Más arriba el Mirage, el Venetian, el Treasure Island…

Son las dos de la madrugada y las aceras del Strip son un hervidero de muchachada etí­lica, culturistas semi-en-pelotas, relaciones públicas vociferantes y escorts deseando rematar la noche con algunos cientos de dólares más. «Lo que pasó en Las Vegas se queda en Las Vegas» dice el refranero con muy buen criterio. «Lo que pasó en Las Vegas… pues no me acuerdo muy bien» dirá más de uno.

Mientras me quitan una caja en la mesa del Flamingo termina por amancer. Ya es una hora decente para despertar a Pacocho (con el que comparto habitación) y a Periquillo y Tizona en la contigua. Dos estaban dormidos y uno estaba muy despierto.

Aterrizando.

Habitación 25150 Hotel Flamingo. Las Vegas.