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La jerga y sus orígenes: Brad Booth y Negreanu apuestan el taco

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Muchas de las historias que vamos a recontar en estas entregas sobre el dialecto pokeril son amenas, divertidas; incluso entrañables.

Esta no va a ser una de ellas, por desgracia. Y no lo va a ser porque el personaje que hoy asociamos a una de las frases que usan nuestros regs en petit comité es Brad Booth.

En los libros, cuando leemos el relato de una mano, está muy claramente diferenciado quién es el héroe y quién el villano. En la vida real, pocas veces es tan fácil catalogar a un jugador.

Booth va a ser el protagonista de hoy debido a una afortunada aparición en el programa High Stakes Poker. El pro de Vancouver fue invitado a unirse a la temporada 3 del programa.

Otro canadiense, Daniel Negreanu, habí­a adoptado como marca de la casa entrar en la partida con 1.000.000$.

En uno de los primeros momentos estelares del programa, en la temporada 1, Daniel entró en un bote contra Barrty Greenstein, que le 3beteó. Daniel pagó con cartas suited y ligó color en un flop con tres tréboles. Greenstein anunció el tamaño de la continuación y Daniel respondió «apuesto un millón», y acto seguido empezó a poner fajos de billetes en el centro de la mesa.

Obviamente, todo era parte del show. El stack efectivo rondaba los 100.000$ que era la entrada mí­nima a la partida. Los más serios, como Greenstein, se limitaban a jugar con ese dinero. Otros, más aventureros, traí­n un cuarto de millón a la mesa. Daniel, un kilo.

Cuando le tocó el turno a Booth, prácticamente un desconocido para la audiencia, también extrajo un millón de dólares de un maletí­n. El dinero de Booth, en vez de ser billetes de gran denominación encintados en elegantes y delgados paquetes fácilmente manejables, estaba agrupado en toscos y protuberantes adoquines que le hací­an tener que abrir los codos y rodear con sus brazos la montaña de billetes para poder ver sus cartas.

Booth recreó el truco de salón de Negreanu en una de las manos más recordadas del programa, el soberano farol que le colocó a Phil Ivey, al que hizo foldear reyes con un cuatro de carta alta en su mano.

La imagen que quedó grabada en la retina de los espectadores fue la de Booth sacando tres ladrillos de billetes y apostarlos con una mirada desafiante que hizo sudar al rival al que los comentaristas del programa se referí­an constantemente como el mejor jugador del mundo.

En los foros estalló la locura al ver a Ivey derrotado de esa manera, enterrado en billetes. Pasada la euforia, no logró cuajar ningún neologismo pokerí­stico que mereciera la pena. «Apostar un ladrillo» fue de los más utilizado, pero no se asentó porque la jerga del poker ya tiene reservada esa palabra para los turns y rivers que no completan ningún tipo de proyecto ni superan la carta alta en mesa.

Menos mal que las variedades del castellano son ricas y variadas, y en Andalucí­a hay costumbre de referirse a importantes cantidades de dinero como «el taco».

Ahora, a las apuestas fuertes, las que meten mucho dinero al centro de la mesa, se las conoce en ámbitos pokerí­sticos como «apostar el taco». Es difí­cil saber qué fue primero, la expresión o la inspiración de las manos de Negreanu y Booth en HSP. De cualquier modo, la imagen mental que acompaña a esa expresión es la de Brad Booth apilando tacos de billetes ante la cara inexpresiva de Ivey.

Una vez cumplido su bautismo en High Stakes Poker, Brad Booth gozó de una efí­mera fama que le llevó a ser Red Pro de Full Tilt Poker y a recorrer todos los podcast y programas de noticias de los medios especializados para contar su mano contra Ivey.

Booth, además de en la sala de los pros, jugaba high stakes en Ultimate Bet. En la época dorada del poker online habí­a varias salas que compartí­an los rí­os de dinero que generaba el juego de moda. Party Poker, Full Tilt Poker, Absolute Poker, Pacific Poker -operada por 888-, Ultimate Bet y la emergente Pokerstars competí­an por la atención de los jugadores.

La aprobación de la UIGEA en 2006 eliminó de un plumazo la amenaza de las salas que cotizaban en bolsas europeas, Party y Pacific. Absolute Poker sufrió el descrédito del escandalo del superusuario Potripper.

Las tres grandes se repartieron el pastel -PS, FTP y UB-, operando en una especie de limbo legal a través de entidades que procesaban los depósitos y las retiradas del dinero de los jugadores -las que el FBI consiguió destapar en la operación que derivó en el Black Friday-.

La imagen pública de la directiva de Ultimate Bet era Russ Hamilton, un ganador del Main Event de las WSOP transformado en empresario de éxito. El trabajo de promoción lo llevaban a cabo los pros de la sala, de los que los más prominentes eran Phil Hellmuth y Annie Duke, la hermana de Howard Lederer.

Lo que nadie sabí­a era que Russ Hamilton también tení­a un acceso de superusuario codificado en el software de su sala, que empezó a usar alrededor de 2008 para ganar ingentes cantidades de dinero a los mejores jugadores de entre su clientela.

Al final de la investigación se identificaron docenas de cuentas y cientos de nicks utilizados en la estafa, que ascendió a más de 20.000.000$.

Figuras de la época como Prahlad Friedman o Mike Matusow fueron los más perjudicados. Ambos sufrieron la práctica desaparición de sus bancas y graves efectos en su salud, en forma de depresión y desórdenes del comportamiento.

Pero nadie llegó ni a imaginar por lo que estaba pasando e iba a pasar Brad Booth.

«yukonbrad» sufrí­a una adicción al juego que iba más allá de la de Matusow o Friedman. Perdió toda su millonaria banca, y la desconfianza que le provocaron sus malos resultados en UB se trasladaron al resto de salas en las que jugaba. En tres años, su «mala racha» le llevó a acumular 4.250.000$ en pérdidas, mucho más del dinero que nunca llegó a tener.

Brad recurrió a todo tipo de triquiñuelas para poder seguir quemando dinero online:préstamos, estafas, apuestas… Según sus propias palabras de una entrevista de 2014, se habí­a sentado a jugar al poker a dirario. Los dí­as que pasó alejado de una mesa de poker no llegaban en total a 70. Se llegó a pasar meses sin pisar la calle, enclaustrado en el Bellagio, de la villa a la poker room, y de la poker room a la villa. Y vuelta a empezar.

Perdió su parche de Full Tilt antes del Black Friday, y tuvo que pasar de jugar high stakes y «ganar el equivalente a un Ferrari en un dí­a y perderlo al siguiente en las mesas de 300$/600$» a regresar a Canadá huyendo de las deudas a jugar 2$/4$ en los pocos clubes en los que aún le permití­an la entrada.

Tocó fondo en 2012, cuando Doug Polk aireó una de sus deudas impagadas en TwoPlusTwo. Como respuesta , Booth colgó un par de delirantes ví­deos amenazando a Phil Hellmuth con sacar porquerí­a de sus dí­as como representante de Ultimate Bet. Luego se desdijo, reconoció que no tení­a pruebas y, entre lágrimas, redobló su promesa de honrar todas sus deudas.

Como a tantos otros, no le ha hecho ningún bien que las partidas de high stakes repudiaran el NLHE y se pasaran al PLO y al 8-Game. Aunque, para ser sinceros, a Booth tampoco le queda crédito para entrar en ellas.

Villano para muchos, su caí­da en desgracia fue provocada por las malas artes de un desalmado al frente de una sala de poker online. Es complicado no sentir un mí­nimo de empatí­a por él, sobre todo porque en los últimos años sigue hablando de su intención de devolver todo lo que debe cada vez que se pone frente a una cámara.

Quién sabe qué hubiera pasado si no se cruza Russ Hamilton en su camino. Podrí­a haber llegado a ser una leyenda del poker. Aunque tendrí­a muchos números para acabar igual, la verdad. Es lo que pasa cuando no te duele apostar el taco.

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