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El juez opina que tanto Phil Ivey como el Borgata tienen parte de razón en sus demandas por trampas

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La batalla judicial entre el Borgata y Phil Ivey ha terminado una nueva etapa sin que haya un ganador claro.

El conflicto viene de las visitas que Ivey hizo al casino en verano de 2012 acompañado de una amiga asiática. En tres sesiones distintas, Ivey le ganó casi 10 millones de dólares al Borgata jugando al bacarrat en una sala privada que el casino aceptó adecuar a las supersticiones del jugador, que exigió un barajador automático, ocho barajas de un fabricante y marca especí­ficos y al mando un crupier capaz de entender el mandarí­n, el idioma de su compañera.

Ivey y su acompañante lo que hací­an era aprovechar un defecto de fábrica de las barajas para poner las odds a su favor. El asunto se destapó cuando el casino Crockfords de Londres se negó a pagar las ganancias que Ivey consiguió usando la misma técnica, 8 millones de dólares más, en agosto de 2012. Cuando Ivey volvió al Borgata en octubre para repetir la jugada, el casino estadounidense se negó a abonarle los 800.000$ con que saldó la partida.

Ivey demandó a ambos casinos por retener sus ganancias. El casino Crockfords ganó el juicio en Inglaterra, lo que animó al Borgata a poner una demanda por su parte para intentar conseguir la devolución del total perdido durante aquel verano. Como dijimos, unos 10 millones. A su vez, con el fin de presionar al casino y, a ser posible, forzar una retirada de la demanda, Ivey contraatacó pidiendo daños y perjuicios a su imagen.

La demanda y la contrademanda han sido vistas por un juez de Nueva Jersey para dictaminar si cabí­a o no vista pública, y la decisión ha sido salomónica. Todas las reclamaciones que hací­a el Borgata han sido desestimadas, excepto la de la rotura de las condiciones del contrato con el casino, que es la misma condición que se menciona para no aceptar en su conjunto la demanda de Ivey.

La explicación del juez es que Ivey no cometió fraude. El casino concedió a Ivey las peticiones especí­ficas que facilitaron el uso de las técnicas de reconocimiento de las cartas porque tení­an las mismas intenciones que el jugador, ganar dinero en el proceso. Por tanto, el casino no fue engañado y se descarta el fraude. Pero que el montaje para engañar al casino fuera propiciado por el propio interés del establecimiento no quita que la técnica empleada por Ivey desquilibrara las odds del juego a su favor, rompiendo así­ las normas que establece la ley del juego del estado de Nueva Jersey.

Ahora, el Borgata tiene 20 dí­as para establecer qué tipo de daños y perjuicios quieren exigir a Ivey, y el jugador 20 más para contestar después. La decisión del juez puede tener la intención de obligar a las partes a solucionar sus diferencias fuera del juzgado, sabiendo que ninguna de las dos conseguirá totalmente lo que quiere después de esta sentencia. Si no, tendrán que prolongar la batalla por ví­a judicial y exponerse a una derrota valorada en ocho cifras.

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