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¿Por qué atrae tanto el póquer?

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Hace casi seis años que descubrí­ la existencia del Texas Hold´em y que empecé a jugar por Internet. La gente me miraba como un bicho raro. Primero, por ser capaz de meter unos euros en una casa on-line situada en un sitio lejano. Segundo, por fiarme de un software que podí­a estar perfectamente manipulado. Tercero, por creer que podí­a ganar dinero con mi hobbie-vicio. Y cuarto, porque cuando contaba aquello de dos cartas tapadas, cinco descubiertas comunes y que no habí­a descarte, la gente concluí­a con la seguridad que da pensar que el mundo se acaba en los Pirineos, que eso a lo que yo jugaba no era póquer.

¡A qué ritmo cambia la sociedad! Hoy en los bares se habla de flops, de turns, y de «olines». Se ven los torneos y se comentan las jugadas. Se alaban los movimientos de Gus Hansen como los regates de Messi y se critican sus errores como los de Ibrahimovic. Todo el mundo sabe de póquer, como de fútbol o de medicina. Millones de españoles tienen una cuenta en la que disfrutan de la adrenalina de torneos que siempre están a punto de ganar y en los que sólo una desgracia les hurta su justo triunfo. Hasta en el «insti» los chavales me comentan sus gestas y me preguntan si yo también sé jugar al póquer…

¿Pero por qué este boom? ¿Qué tiene este juego que atrae tanto? Ahí­ va mi resumen de las causas de este fenómeno:

  • 1. Las reglas son muy sencillas. Vamos, que en media hora se explica que cinco cartas no es un color y que el full vale más que una escalera. ¿Cuánto cuesta explicar en el ajedrez lo que es un jaque mate?
  • 2. El equipamiento es barato y fácilmente transportable. Cinco euros la baraja buena, un euro en los chinos y como fichas valen hasta las lentejas…
  • 3. Es el juego de cartas universal por excelencia… ¿o pensabais que en Australia se jugaba al tute?
  • 4. El componente de azar es elevado, lo que significa que cualquier partida es muy abierta. O sea, que nadie se cansa de perder siempre como al ajedrez. Todo jugador tiene su momento de gloria, su mesa final, su noche de beneficios.
  • 5. Tiene una historia detrás, su literatura, sus pelí­culas, la mí­stica de los gestos, esa imagen que tan poco nos gusta de apostarse a la mujer y el revolver debajo de la mesa… pero creo que tanta leyenda hace más atractivo al póquer.
  • 6. «Cualquiera» puede ser millonario. Cuando nos empezamos a dar cuenta que no seremos futbolistas de élite, ni actores de Hollywood, ni ministros, ni prí­ncipes, ni princesas y leemos que el vecino, que ni es guapo, ni listo, ni estudioso, ha pinchado diez mil euros nos ilusionamos con que gente «normal» sea capaz de triunfar.
  • 7. Es un juego en el que casi nadie se siente inferior, en el que nos sobrevaloramos hasta lí­mites insospechados. Tenemos perfectamente asumido que Federer es mejor que nosotros al tenis y que Kasparov nos ganará siempre al ajedrez, pero nos costará meses interiorizar que el que se lleva todos los dí­as nuestro dinero en las mesas es superior a nosotros. Y esto no es sólo cosa de principiantes. Cuando hay una partida de miles de euros, todos los que están sentados piensan que son mejores que sus contrincantes y pese a su experiencia más de la mitad tienen el pensamiento equivocado.
  • 8. Es un mundo plagado de historias felices, porque las tristes nadie las confiesa. O sea, que el póquer cada vez asusta menos. Escuchamos que un amigo de un amigo ganó 400 euros en un torneo, pero nunca sabemos lo que invirtió en conseguirlo. Sólo escuchamos a la gente que gana. Incluso a veces oí­mos que alguien es tan malo que empata. ¿Pero escuchamos a alguien que pierde? ¿Alguien se deja el sueldo del mes en las mesas?
  • 9. Se adapta perfectamente a Internet, no requiere más de dos minutos para sentarse a jugar, hay partida a todas horas, de todos los niveles y uno se marcha cuando quiere. A veces he pensado qué otro juego se podrí­a adaptar tan bien para jugar en la red con dinero de por medio y no se me ha ocurrido ninguno
  • 10. Y aunque un torneo televisado dormirí­a hasta al más fanático, con sus dos dí­as de manos «intrascendente», se ha sabido adaptar perfectamente al espectáculo, resumiéndolo en las jugadas más espectaculares y dando la sensación que lo que vemos es todo el torneo. A la audiencia le gusta cada vez más la cara de tensión de esos frikis de las gafas de sol, la expectación de ver cómo se voltean las cartas y como el jugador piensa y piensa si pagar un all-in o no.

Por eso a la gente le atrae el póquer. Y ahora que a todo el mundo le gusta el póquer, a mí­ me resulta más aburrido que nunca…

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