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A vueltas con los Torneos

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Desde mis comienzos como jugador he aborrecido los torneos. Ni mi asombroso 50% de victorias en La Toja (fui dos veces y gané una) me han hecho ilusionarme con lo que más le divierte a todo el mundo. Bueno, alguna vez os comenté que a mí­ del póquer ya me aburre casi todo, pero lo de la modalidad en cuestión ya viene de lejos. Nunca me sentí­ cómodo jugándolos y llevo fatal pelearme durante horas para tirar tanto esfuerzo en una mano desgraciada. Me agrada estar en la mesa si la conversación es amena, algo que está en peligro de extinción por culpa de la tele, responsable de que en los torneos de veinte euros la supuesta concentración sea tan grande que enmudece a los frikis ocultos bajo sus gafas de sol. Un dí­a me las voy a poner para la partida de tute de las tardes, para que nadie sea capaz de leerme en la mirada cuando llevo las cuarenta.

Admito que soy el raro. A la gente le gustan los torneos, porque tienen mucho de ilusión. Ofrecen buenos premios y muchas horas de juego por poca inversión, le dan un aire deportivo a un asunto de dinero, te regalan una foto si lo ganas y el placer de contárselo a los colegas al dí­a siguiente. Además, por muy malo que uno sea siempre habrá alguna vez que tiré al palo, como aquel amigo mí­o que dijo que pilló a medias porque habló cinco minutos con una tí­a. í‰l se creí­a un seductor, como el 95% nos consideramos excelentes jugadores.

A la industria también le gustan los torneos. De hecho, la mayor parte de las noticias son sobre este tema. Son aptos para la televisión y emocionantes para el espectador. Da la sensación de que hablamos de póquer como de fútbol, algo que serí­a muy difí­cil con una mesa de cash. Un torneo tiene un principio y un final, un campeón y unos finalistas. En una mesa de dinero, las cifras de ganancias suelen ser oculta y la batalla se da todos los dí­as.

Además, los torneos dan esa idí­lica imagen de que en el póquer sólo hay ganadores, que los 40.000 euros que se embolsa el tí­o que sonrí­e se los ha donado el casino y no un montón de perdedores. Por eso se da la paradoja de que los que salen en la foto no son siempre los grandes triunfadores del juego, porque el cartel del primer premio con la cifra de varios ceros esconde lo que ha gastado previamente. Da la sensación de que el que gana un buen torneo es un fenómeno y un profesional y a lo mejor es un perdedor que se ha dejado o se dejará mucho por el camino.

Con todo esto no digo que no haya gente que tenga un saldo en torneos positivo y gane con regularidad. Simplemente quiero señalar que detrás del minuto de gloria que hay en un triunfo no tiene por qué haber un ganador ni un buen jugador. Un tenista mediocre disputará mil veces Wimbledon y fracasará mil veces. En el póquer, el mediocre con mucho dinero algún dí­a logrará ser portada de poker10 porque ha pinchado. Los amigos lo saludarán y la sociedad lo identificará como un fenómeno del naipe. Las apariencias engañan…